Érase una vez, o alguna más de una. La vez en que el talento se cree tan atrevida que la ignorancia le gana la partida. Érase una vez un piloto (o dos, o tres y hasta muchos) que no valora. Cuando eres pequeño y tus padres lo están dando todo por lo que es su auténtica pasión, la de los padres está claro, no ves nada.
Tan solo que las cosas se te dan bien, que vas volviendo a casa con chapas y hojalata y todos somos felices. Llega un momento en que el trabajo, las ganas y el amor por un deporte te empiezan a rascar la espalda. Posteriormente te acarician la cara y luego, por inercia, te la cruzan.
Pero el talento cuenta con mucho interés todavía. Siguen, porque ya llegaron hace días, las ayudas, las palmaditas en la espalda, el ‘eres el mejor, solo te falta creértelo’, el ‘lo tienes ganado’ y muchas otras falacias que al final acaban donde acaban. Sin embargo, tienes que llegar a darte cuenta tú mismo de que las cosas no van así. Y no van así, porque, y sigues siendo joven, te han tendido la mano, te han aupado, te han encumbrado y hasta te han puesto una alfombra roja que solo por ser y estar no te has ganado.
Ahí llegan los verdaderos quebraderos de cabeza, las acciones sin sentido, la protesta… el declive. ¿Será cierto que, hoy en día, hará falta alguien más que un familiar o amigo para zarandear la tontería y empezar a poner los pies en la tierra de muchas, muchos, muches? ¿Será verdad que no solo con dos whips nos vamos a llevar la foto de turno y la carrera? Mucho, demasiado talento se está perdiendo por nuestra geografía… pero lo más fácil será culpar a la Federación o similares… No, amigos, bajemos al planeta tierra y veamos que igual que puede sacudirnos una pandemia el tiempo también nos puede poner en nuestro sitio.
A todos, todas y todes. Humildad y agradecimiento. Gracias a todos, todas y todes por seguir ahí… yo sí sé mostrar mi lado más amable.
